El 25 de marzo de 1370 un buque cargado de mercancías navegaba en plena calma cuando, repentinamente, se desató una poderosa tempestad.
Fue tal el grado de peligro, que el capitán ordenó arrojar la carga al mar, pensando que aligerando las bodegas, lograría estabilizar a la embarcación.
Todo fue a dar a las embravecidas aguas, incluyendo una gran caja de madera cuyo contenido era ignorado por la gente de a bordo.
Ni bien la caja tocó el mar, la tormenta cesó.
La tripulación del buque no daba crédito a lo que sucedía, mucho menos cuando se percató que de todos los bultos arrojados, solo la caja se mantenía a flote.
Se intentó recuperarla, para lo cual el capitán ordenó aproximarse pero al hacerlo, la caja comenzó a alejarse hacia la costa sarda.
El barco la siguió hasta que, repentinamente, aquella se detuvo frente a la colina de Bonaria.
Marineros, pescadores y curiosos trataron de apoderarse de ella para llevarla hasta las playas pero al intentarlo, la caja volvió a alejarse mar adentro y se perdió de vista.
Unos días después, un niño que pasaba por la costa descubrió la gran caja entre el follaje y corrió hasta el convento mercedario situado en la cercana colina de Bonaria a dar la noticia.
Dos frailes se apersonaron en el lugar y encontraron el objeto encallado entre los juncos, ellos lograron abrirla en muy poco tiempo.
Grande fue la sorpresa cuando al abrir la caja encontraron en su interior una bella y celestial imagen de la Santa Madre magníficamente ataviada.
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Con el Niño en su brazo izquierdo, una candela encendida en la diestra y un paño manchado de sangre sobre la manga derecha de su hábito.
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Cubierta por un bello manto azul con flores doradas, amén de una túnica rosa.
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Luego, se le colocó —debido a un hecho portentoso— una nave o carabela, cuyo palo mayor es el cirio.
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Este está encendido porque así lo encontraron cuando abrieron la caja.
El niño, a su vez, portaba en su mano izquierda un globo terráqueo en tanto bendecía a los fieles con la derecha.
La imagen, tallada en madera de algarrobo, de 156 cms.
La hermosa talla de puro estilo griego bizantino, probablemente haya tenido como primitiva advocación, según señala don Guillermo Gallardo, la de la Candelaria.
A esta imagen, según opinión de algunos, se la bautizó con el nombre de Bonaria (Buen aire) porque Fray Carlos Catalán, mercedario, fundador del convento, había profetizado que con la llegada de una imagen de la Virgen se limpiaría la ciudad de malaria (repárese en la palabra).
Y «buenos aires soplarán en esta tierra»; según otros, se la bautizó con el nombre de Bonaria porque así se llamaba la colina sobre la cual se levanta el convento mercedario.
Los frailes se preguntaron dónde debían colocar la sagrada imagen.
Algunos opinaron que el lugar más adecuado sería el Altar Mayor, pero este se hallaba ocupado por la Virgen del Milagro.
Otros propusieron una capilla lateral y allí la dejaron.
Con gran estupor a la mañana siguiente, los religiosos encontraron a la Virgen del Buen Aire en el Altar Mayor y a la del Milagro en la capilla lateral.
Dos veces más volvieron a cambiar las imágenes de lugar y por dos veces, las hallaron cambiadas. Nadie osó volver a tocarlas.
BIOLOGÍA
ENFERMEDADES BUCALES- HIGIENE
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